Era como esas tardes bajo tu parra de aquella fresca época, que era el tiempo sin prisas y todas las risas trepados a las ramas de un árbol de quinotos inmortal... comiendo los frutos al revés, contra tus quejas, tus protestas, tus retos y tu vista gorda.
Las viejas historias de ratones que roban los huevos del gallinero (decías ratones porque comadreja era una palabra que no entendíamos, o mi hermano no entendía mejor dicho) nos alejaban de los espolones y nosotros queríamos ver al pavo, que tenía nombre de tonto, ese animal...
"A la quinta con botas que hay víboras" mentías abuela mentirosa, a ver las calabazas y los choclos... y a veces sentíamos que nos rozaba algo y salíamos corriendo gritando y vos te rías, abuela valiente.
Así llegaba el atardecer, luego de días completos felices de visita a tu casa, con los animales y tus corrales, y tus huertas y tu quinta... y a medida que caía el sol te veíamos romper con tus manos galletitas de agua en unas tazas gigantes de té con leche...no tenía sentido decirte que así no nos gustaba... había que tomarse todo y sonreír... abuela.