mayo 02, 2012

Familiar

Desde cerca del suelo todo se veía inmenso, la profundidad del abismo en esa escalera caracol y el miedo a caer por ahí, el miedo a bajar caminando también. Papá invitaba nosotros preferíamos quedarnos arriba, cerca de la máquina de escribir.
El bigote negro y los zapatos al tono, esa corbata de señor importante, el olor a tinta y a papel, esas hojas donde dibujábamos luego que ese señor canoso nos invitara.
En invierno ya era de noche afuera, en verano nunca íbamos (no había jardín), el viento frío en la calle Entre Ríos, la casa de música en la esquina y allá íbamos a ver las guitarras, todas las que iba a comprar cuando fuera grande, cuando fuera Brian May o George Harrison (o Silvio Rodríguez o Ariel Ramírez).
La pollera a cuadros de mamá y sus dientes perla, la cartera que nos invita siempre al café con tostado (en Rosario se llama distinto, pero para que todos entiendan...) a veces cuando todo salía perfecto había un frankfurt (la primera palabra en alemán que aprendí a leer y pronunciar).
Papá y mamá fumaban, yo prometí que nunca lo iba a hacer, mi hermano era un bebé y yo hablaba con el.
Del jardín al Banco, del Banco a casa, con olor a café y tostados, con la panza contenta, en los brazos de papá cruzando el patio. Mi hermano, durmiendo en los brazos de mi mamá...

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