febrero 06, 2012

Payana

Miré en el suelo con cuántas piedras (piezas) contaba y eran 5, de distinto tamaño, forma y color.
Unas basales (fundamentales), preciosas y no, livianas y pesadas.
Pasé un buen rato acomodándolas, poniendo unas sobre otras, apilándolas y empujándolas para que se cayeran, buscando la mejor forma de combinarlas, a esas piedras...
Las choqué a ver si hacían chispa, si prendían fuego, llama. Las usé para escribir en el suelo y en la pared, pero así arruinaba otras cosas.
Un tanto desconcertado solté todas menos una... miré el cielo, y en ese momento a la piedra que tenía en la mano, la arrojé lo más alto posible. Tan alto la arrojé que la perdí de vista y mientras esa piedra seguía su trayecto, me dediqué a resolver el destino de las otras. Una por una las fui ubicando, acomodando, resolviendo, hasta que quedó solo una: la más preciosa, la más liviana, la más querida, la fundamental (basal) y cuando finalmente estaba cerca de culminar mi labor con esa piedra, la que había arrojado cayó sobre mi, haciendo que la última piedra cayera de mi mano, en una especie de maldita payana, inoportuna.

1 comentario:

no le pidas peras al olmo no le pidas peras al olmo