En esa pequeña sala con esa pequeña luz, donde cabe mi pequeña humanidad y cuando se ilumina el rincón en donde comienza a tejerse esta imagen gigante de tus ojos negros profundos, inquietantes y certeros que dirigen su mirada a un punto ciego, estamos a la espera.
El aire comienza a entrar por tu nariz y a llenar tus pulmones, el ánima del sonido se apodera de tus venas por las que fluyen todas las palabras que están por salir de tu boca. Yo un segundo antes cierro los ojos y bajo la cabeza, como hago siempre para concentrarme, para no perderme nada... para imaginar que esas canciones bajan por mi espalda deshaciendo en sudor la fascinación. Esa fragancia a espíritu adolescente que atraviesa este auditorio para aletear con las alas de la seducción alrededor de mis oídos, llevando mi mente a los lugares más recónditos, ahí donde puedo estar a solas con este momento imaginando otra vez una espalda y el sudor en convivencia con los infinitos cabellos que rozan tu cintura...
Estoy navegando en la cubierta del Titanic y tu voz llega desde el cielo sometiendo a los truenos de esta tormenta y los rayos le dan una cierta perfección a la magnífica sensación que con tu voz se están derritiendo todos los icebergs que amenazan nuestra vida... que derretís el hielo, que derretís mi más gélida e implacable opinión, que toda esta sensualidad está ahí cuando abro los ojos y veo tu sonrisa festejando que la canción salió perfecta... como todas las anteriores, como todas las que vendrán... eternamente.
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