Tomé
la llama más grande, que alguna vez pude generar, y me la clavé profundo en el
pecho. No es tan profundo mi pecho, más bien escaso. Tal vez esa sea la razón
por la cual no muchos lleguen a creer que en él haya un corazón muy grande. A
veces yo mismo lo dudo. Hasta que lo oigo bailotear. Bueno, en realidad, no lo
oigo... lo siento. Y, al ser tan frágil mi pecho, tengo la sensación que el
corazón saldrá, sangrando.
Quiere
salir a veces o muchas veces y yo lo dejo salir más de lo que me conviene. El
habla por mí, mi razón no interviene. Llegué a pensar que no tengo razón. Ni
razón que me gobierne, ni razón de ser. Y de tanto en tanto encuentro mis
razones para vivir. Todas esas razones tienen nombre.
Las
personas que materializan mis razones son queridas entrañablemente. Y sé que
las que no me dicen que me quieren, al menos, me estiman. Sé que he sido más
querido de lo que puedo recordar. Sé que soy más querido de lo que me doy
cuenta. Entonces, ¿por qué me llamo a mi mismo el inquerible?. No todo tiene
una única explicación. Yo no conozco la única explicación a las cosas.
He
tenido cariño. Me han querido. Personas me han querido y me han dejado de
querer. Y no sé el por qué. No puedo encontrarlo más allá de mi propia
existencia. Y, sin embargo, hay personas que no me han dejado de querer. Hay
personas que me quieren demasiado y a las que no quiero de la misma forma.
El
cariño que yo profeso no siempre lo digo ni lo demuestro. Y, sin embargo,
necesito muestras de cariño constantes para dejar de sentirme no querido.
Pienso
que soy pequeño y que no he recorrido ni la más ínfima parte de lo que me queda
por recorrer. A veces, no me siento capacitado para hacerlo si no me empuja un
poco de cariño.
Quiero
aprender a querer. Quiero aprender a ser querido. Quiero demostrarme a mi mismo
que puedo dejar de ser el inquerible.