Es ese calor de su aliento entrando por mi nariz y recalcitrando mi sangre cuando quiere ebullir. Es la multitud de lunares en su escote recordándome que su espalda desnuda es igual pero más bella aún. Y su figura en la penumbra mirándome desde la puerta, fumando mientras discutimos sobre esta misma pregunta.
Es de repente su cuerpo sentándose sobre mis piernas, besando mi cuello y rodeando mis hombros con sus brazos mirándome a los ojos con sus pestañas que son más largas que las mías en un abanico de complaciente misterio y también cuando luego se las peina.
Es la impaciente necesidad de encontrar sus dedos entre mis dedos y la imposible habilidad de hacer silencio cuando su silencio es todo lo que existe en esta habitación. Su silencio y su perfume, su silencio y mi corazón.
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