Había encontrado una coincidencia que suponía innegable. Era la cuarta esa semana. O la quinta. Me senté a escribir lo que eso significaba y agarré un camino que no terminaba sino que seguía. Infinito como una recta, interminable como la espera. Fui dándole más significado a esa última coincidencia, o a las cinco.
Llegó un momento en que todas las coincidencias eran la realidad y la realidad algo que coincidía con ellas.
Eran lugares, eran nombres, eran apodos, eran palabras, eran sucesos, eran canciones nuevas, eran canciones viejas, eran las novelas de escritores de acá y de allá, en el espacio y en el tiempo, algunos poemas y algunos cuentos cortos. Además, los cuentos largos. Y los lugares de nacimiento y los números: la temperatura, las fechas, la hora (si la vemos de 0 a 12 AM y PM, claro). Eran las radios y los diarios, era el espejo.
Eran esos papeles guardados y lo guardado que no eran papeles. Todo coincidía. Con la locura.
Me han recomendado tu blog por la similitud en los versos y no se si eso será tan asi, lo que si sé es que me gusta mucho la espontaneidad de tus palabras... sobre todo de este!
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