Hace 10 años escribí este cuento sobre el nacimiento de mi primito. Hoy 24/12/11 me contó que su mamá se lo hizo leer y está recontento... Que lindo regalo de Navidad.
"La cara de Joaquín esboza la enésima mueca de la tarde y todas sus madres se alborotan, también, por enésima vez, festejando el suceso. Está claro, no todas ellas son su madre, pero todas actúan como tal.
Todos esperan impacientes su turno. El momento de tenerlo en sus brazos, para transformar palabras en balbuceos y sonidos agudos e incoherentes que él no entiende, pero que parece disfrutar.
Tiene dos meses y, sin embargo, ya ha desarrollado una notable capacidad para mutar su rostro, mover sus manitos y emitir sonidos que arrancan suspiros, festejos, sonrisas y comentarios por doquier.
Su madre, la mayor de mis primas, intenta esconder su evidente devoción por la criatura, así como demostrar que sabe todo lo que tiene que saber acerca de su cuidado. No deja, ni un segundo, de dar a los demás instrucciones acerca de cómo sostenerlo, hablarle y brinda datos precisos sobre las cosas que lo hacen reír y, en el peor de los casos, dejar de llorar.
Su padre, por su parte, no tiene ojos para nada, ni nadie, más. Es en vano pretender conversar con él acerca de otros temas. Se dedica, simplemente, a observarlo. Sonríe como no pudiendo creer que ese niño fue obra de su creación; como no pudiendo creerse coautor de semejante belleza. Parece que, a cada instante, imaginara, o recordara mejor dicho, todos los planes que tiene para él. Será de Boca, está claro, siempre y cuando no se le adelante el bisabuelo.
El bisabuelo no es más ni menos que mi abuelo, que lleva, aún, encima la cuenta pendiente de no haber logrado que ninguno de sus nietos se hiciera hincha de su amado rojinegro. Esto, quizás, se lo deba yo, pero de todas formas es anecdótico.
El presente encuentra a este joven bisabuelo de apenas setenta años, ostentando a su bisnieto, una nueva generación que se agrega a la familia que iniciara, hace ya tiempo, con mi abuela... nuestra recordada y amada abuela.
Decía mi abuelo disfruta de Joaquín, tal como lo hiciera con sus, anteriores, cinco nietos, y ¿quién podría cuestionarle que se dedique aún más?. Tal demostración no es un detalle menor si tenemos en cuenta que “el Nono” inspira más que respeto con su carácter y su estampa adustos, razón suficiente como para que algunos de sus nietos e hijos, aún hoy, no lo tutee y otros no fumemos en su presencia. Todo ese respeto inspira mi abuelo.
Y ahí está el Nono jugando con su bisnieto, y jurando que Joaquín le habló cuando todo lo que hizo fue una cara de sorpresa, seguida de un “ajó”, cuando el Nono transformó su voz en un chillido. ¿Pensará Joaquín que ha conquistado a ese “señor de bigotes grises” que todo el mundo respeta? Seguramente lo piensa y no está tan errado. Este niño es el desenfado hecho personita. Ha llegado en el momento oportuno para iluminar los rostros, eventos, charlas y hogares cuando entra en su cochecito, como si fuera un rey paseando en su litera.
Su abuela, una de mis tías, insiste a cada segundo que “el nene está desabrigado” y otras cuestiones que pareciera que la mujer recibe junto con el diploma de abuela. Por supuesto que estas cosas terminan por agotar a la madre de Joaquín, quien decide, por fin, darle por las siguientes dos horas el cuidado del niño a la preocupada abuela, total ella lo tiene para sí el resto del día de acá para siempre...
La abuela cumple, así, con su cometido: ser dueña del bebé por un rato y evocar, así, sus épocas de madre, luego del descanso que supone la adolescencia de sus hijas.
Un bebé cambia todo. Es un nuevo miembro al que todos quieren. Y si no pregúntenle a mi prima menor, su tía. Ella vive, y se desvive, por ese nene. Ella va a resistir cuanto pueda los pedidos y reclamos de los demás para que comparta a Joaquín. Ella no lo va a soltar tan fácilmente porque, exceptuando a sus padres, nadie lo esperó tanto como ella. Y es irónico y grotesco a la vez, el bebé hace sus más grandes berrinches cuando está en brazos de la dedicada tía, “su tía favorita” tal cual ella se autodefine, y, lejos de preocuparse por esto, ella acepta el desafío y redobla sus esfuerzos por calmarlo.
La tía que queda, la restante hermana, es quien menos alboroto hace pero tiene razones. Ella es su pediatra particular y tendrá oportunidad de demostrarle su cariño cuando el más la necesite. De todas formas es inevitable que acerque su rostro y converse con él como todos.
Aunque para mi suene raro, mis padres son tíos abuelos. Por un lado mi papá que encuentra su mayor debilidad en los niños, será porque es capaz de convertirse en uno más en cualquier momento y en el lugar menos pensado, desplegando un lenguaje que el mismo creo donde nadie entiende nada y los bebes parecen disfrutarlo de sobremanera. Obviamente este comportamiento no se ve reprimido ni mucho menos, por el contrario se potencia al máximo. Joaquín no se va a librar tan fácil de este tío, quizás ( y no porque sea mi papá) el más querido de todos los tíos por todos sus sobrinos. Si a mi viejo no le cuesta ganarse la confianza de los niños, Joaquín no es la excepción y se entrega dócil a todas las bufonadas que el tío dispara como si tuviera una ametralladora de cariño y diversión. No queda claro quien lo disfruta más de los dos.
Mi mamá es más mesurada. Se limita a cuidar que cada detalle se encuentre bajo control para comodidad del bebé, o a preguntar cositas acerca de su comportamiento, o a poner a todos en evidencia cuando hacen baba de su amor a Joaquín.
De todas formas ya hemos sorprendido a esta tía un par de veces cargando al bebé hablándole cuando se supuestamente “se dirigía al baño”. Y está más que claro, nadie se resiste al encantador Joaquín.
Mis otros dos tíos son tan jóvenes que no le queda bien la palabra abuelo detrás del mote de tío. Y eso no se lo perdono a Joaquín. Digamos que lo único que compartimos son los tíos (ya que su madre es mi tía, su madre y sus tías mis primas, y así sucesivamente). Pero los dos tenemos los mismos tíos, y él los hizo tíos abuelos.
Mi tío, hermano de mi papá y su abuela, es de aquellos que gusta mostrarse poco permeable, le gusta esconder ciertos sentimientos que se le notan a un millón de metros de distancia. Mi tío es un solterón, o si suena mejor un eterno adolescente. Pero, igual que mi padre no puede resistirse a un niño. Toda la vida a mi hermano y a mi nos han contado el cariño que nos ha tenido y, aunque nunca lo dudé, hoy lo puedo comprobar con mis propios ojos. Su rostro se torna, cuanto menos, gracioso por las muecas que le dedica y me resulta hasta increíble escuchar el tono de su voz y las incoherencias que de su boca salen. Hasta eso logra Joaquín.
Por su parte mi tía menor, su tía abuela, quien hace poco ha formado su propia familia (cosa que nos hizo enormemente felices a todos) y que hace poco perdió un embarazo, ama con locura a Joaquín, como nos ha amado y cuidado a todos sus sobrinos. Yo, confieso, sufrí mucho por la pérdida de su embarazo y temí que el nacimiento de Joaquín le afectara de alguna forma. Pero había, por un instante, olvidado como es ella y, como no podía ser de otra forma, ha recibido al niño como una especie de premio consuelo que es un regalo y una bendición de Dios. Y de a ratos lo toma prestado y se lo lleva aparte y le habla al oído, seguramente buscando y proponiéndole apodos como lo ha hecho con todos nosotros, y esperando que Joaquín elija, mientras tanto él ríe y se duerme, sumiso.
Por último mi hermano. Todos bromeamos acerca que la llegada de Joaquín lo ha desplazado de su condición de benjamín de la familia, puesto que ocupó durante casi 18 años. Todo esto redunda en chistes y bromas en los que se sostiene que sus celos no podrían estar más a flor de piel. Pero el no se achica ni mucho menos. Se atreve a cuestionar cada comentario y toda reacción que inspiré el “usurpador”, acusando a todos de magnificar lo que éste hace. Es evidente que sus celos lo carcomen. Sin embargo, todo esto no le impide refugiarse junto al cochecito y hablarle. Le habla de mil cosas, especialmente le advierte sobre lo que le espera cuando sea grande y nos conozca mejor. Esta es su pequeña venganza contra todos nosotros. Y Joaquín lo mira serio. Pareciera comprender que el que habla es el que más cerca está de su edad, como si con el no tuviera que actuar. Como si hubiera elegido a mi hermano para ser su cómplice futuro.
Y yo????? Yo me sorprendo de mi mismo. Cuando todo el mundo esperaba ansioso la llegada del retoño, yo me hacía el desentendido. De hecho lo conocí recién un mes después de su nacimiento.
Nunca podría haber imaginado que podía ser tan hermoso. Nunca había visto ojos tan perfectamente redondos, ni de un verde tan brillante. Nunca una nariz, ni unas orejas, ni un mentón fueron tan suaves a mis manos. Nunca un cuerpo me resultó tan liviano y mullido. Nunca pensé que sus manitos y piecitos pudiesen ser tan pequeñitos.
La primera vez que lo vi no lo quise tener en brazos. Yo estaba enyesado y me daba terror que se me pudiera caer por la torpeza de mis movimientos de entonces. Así que lo miraba alelado, a lo lejos, pero él estaba en su juego y no reparaba en mí.
Finalmente a alguien se le ocurrió que si yo me acostaba en el sofá lo podrían recostar sobre mi pecho, y así fue. No creo poder encontrar palabras para explicar la sensación que experimenté al tener semejante diminuta cosita humana recostada sobre mi cuerpo. Al escalofrío y la piel de gallina le siguió la inevitable sensación de ser gigante y, monstruosamente, fuerte. La fragilidad evidente del bebé me asustaba. No fue relajado el primer encuentro. Mientras tanto, él no parecía darse cuenta lo que yo sentía. Joaquín se limitó a bracear y patalear boca abajo sobre mi pecho como si quisiera nadar hasta mi rostro, buscando quién sabe qué. Lo cierto es que hundía su carita en mi pecho y gemía y lloriqueaba y yo tenía la sensación de que se ahogaba. Así que se lo entregué a la mamá.
Hoy fue el segundo encuentro y, ya sin yeso, me animé a cargarlo y pasearlo un ratito. Me lo llevé a un rinconcito donde nadie nos viera ni escuchara. Esperé a que me mirara y, mientras acariciaba los poquitos y rubiecitos pelitos de la cabeza, puse mi voz más infantil y comencé las presentaciones y, porque no, las incoherencias.
Después de todo, Joaquín, es el primer bebé que aparece en mi familia desde mi hermano, y es, aunque sea en segunda instancia, mi sobrino; y, también le ha traído un poco de luz a mi vida".
FIN.
Nota: Joaquín Andrés nació hace tres meses y es mi sobrino segundo (hijo de mi prima mayor). El relato se inspira en los dos primeros encuentros que tuve con el.