enero 08, 2013

Una historia

Bajé la escalera casi corriendo, enojado... era tarde y no me gusta caminar con bolsas grandes ni nada que llame la atención. Soy un ser que no llama la atención y menos con las manos en los bolsillos, en una noche de calor como cualquier otra, como el día que nos conocimos yo en ojotas y remera negra, ella despeinada y de pollera azul oscura, volátil, hasta los tobillos. Sus ojos verdes, su pelo negro. Sandalias rojas, rodete... sin anillos. 
La primera vez que estuvimos cara a cara y me sonrió, le avisé que no se acostumbrara a verme con buenos ojos, que lo que estaba pensando desaparecería a corto plazo. Ella dijo: "Ay, ¿Por qué sos así con vos mismo?. Yo le respondí "Porque ahora estamos en cero y solo podemos sumar... esto no es el chinchón, no hay menos diez" Creo que dije menos dieces y ella se rió. Al principio soy muy gracioso y creo que transmito confianza. Ese día tomamos un helado, uno entre los dos... yo no soy muy goloso pero me gusta compartir... ella eligió los gustos, yo conseguí las cucharitas y las servilletas... después caminamos por la avenida. Incluso cuando ya nos rodeaba una multitud nunca sentí que hubiera nadie además de ella. Al principio eso puede ser decisivo, mis ojos la miraron exclusiva y cálidamente, atravesando sus ojos diáfanos, misteriosos, ajenos. Ella pensaba todas las palabras, yo no necesité pensar.
La acompañé hasta la casa, en la puerta no había número y nunca podría enviarle una carta. La saludé y quedamos en vernos al otro día. Así fue, nos vimos durante diez días todos los días, con sol o sin él, y cada vez más cerca. Descubrimos que teníamos en común la sensación de que no teníamos nada en común. Y eso nos atrajo siempre, una lucha interna por intentar explicar eso que sentíamos, ese absurdo. Un día canté una canción que hablaba de ella y ella escuchó una canción que hablaba de los dos. Comprendió la letra al instante, su sensibilidad me hacía ruido en el estómago, quería tomarla con mis manos de sus manos y abrazarla infinitamente. 
Le expliqué la composición de los besos, palabra a palabra, sin dejar de mirarla un segundo, sin dejar de besarla, besos cortitos... hasta que me largué a reír... y entonces descubrí de dónde viene la felicidad... o sea, de ningún lado. 
Cuando conocí su cuerpo desnudo me detuve en su espalda y en su cuello, tiré el pelo para adelante y la amé, como hasta entonces pero como nunca. Luego se paró y a media luz me miraba desde la puerta de la habitación... había estado entre mis piernas minutos antes y ahora estaba en otra galaxia. Me miró gravemente, yo dije algo de lo que sentía y ella respondió "yo no soy como vos" y yo le dije que ya lo sabía. Que eso era lo que más me gustaba de ella. Ya no estábamos en cero, ya podíamos restar. 
Esta vez en la calle no había luz, hacía frío, las manos en los bolsillos no alcanzaban, vi una silueta acercarse a mi por la vereda, tuve miedo... cuando llego a mi, era un hombre con las manos en los bolsillos, de ojotas y remera negra, caminando en dirección hacia su casa. Quise advertirle, pero tuve miedo que se riera de mi. De mi, que ya lo había perdido todo. 

2 comentarios:

  1. me encanto. "Ya no estábamos en cero, ya podíamos restar" . siiii. Envidia poetica. Bar

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  2. "Ya no estábamos...", como acostumbra, "melodioso" empleo de expresiones metafóricas... ;-)

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no le pidas peras al olmo no le pidas peras al olmo