¿Por qué no querrá besarme?, me pregunté
envuelto por un halo de dudas.
En la soledad del cuarto, la conexión de los
cuerpos y sentidos, parecía inminente e inevitable. Los movimientos se
desarrollaban lentos, mutuos, dócil y naturalmente.
Cierto es que existían algunos motivos
anteriores, más y menos propios e importantes, pero todo sucedía como si
hubiera sido preplaneado y las imponderables traicioneras del destino hubieran
dado su consentimiento al devenir de los hechos.
Era evidente que algo debía, e iba a, suceder pero cada
vez que mis ojos, tristes y oscuros, se encontraban con esa melosa y diáfana
mirada, no podían sostenerla ni tres segundos.
A esa altura mi mano había alcanzado la
espalda. La espalda ya estaba sobre mi regazo y la cabeza descansaba contra mi
pecho inquieto. Mi otra mano jugaba en el vientre y subía, luego, para recorrer
dedo a dedo el rostro y terminar peinando el lacio y claro cabello.
Mi boca que debía besarla, insistía con
frases sin sentido, evasivas que complotaban contra lo que tanto deseaba,
esperaba y deambulaba en mi cabeza... y en mi corazón.
Es cierto que toda la ceremonia prolongaba y
postergaba la expectativa por la satisfacción del roce de los labios,
potenciando el dulce sabor del desenlace ineludible.
Algunas sonrisas ocurrieron, descubriendo
los perfectos y perlados dientes, generando un sonido embelesante y cautivante,
hinchando el vientre bajo mi mano y llenando de rubor las mejillas, tan
delicadas y prominentes, dilatando las pupilas que cambiaban a dorado su color
miel original.
La ciudad con sus ruidos se intruìa por la
ventana. Además de las voces y las respiraciones, sólo la ciudad se hacía
escuchar. Creo que yo, también, podía oír al corazón latir.
Así, los segundos parecieron minutos y los
minutos, horas. No sé cuanto tiempo pasó, pero sin dudas me pareció una
eternidad, hasta el momento en que no existieron más las palabras, las razones
que demoraran lo que debía y, finalmente, pasó... la besé. La besé y me besó.
Nos besamos por horas que parecieron minutos que, a su vez, parecieron
segundos.
Los días pasaron muy rápido al fin. Esos
besos aceleraron todo. La alegría todo lo acelera, la felicidad es el vértigo.
El tiempo comenzó a pasar rápido entre besos
y caricias. El tiempo volvió a ser eterno cada vez que separó y demoró los
reencuentros.
Pero el tiempo dejó de existir y sigue no
existiendo desde que comencé a preguntarme... ¿Por qué no querrá amarme?.
Me gusta mucho este. Ojalá tuviera la habilidad de escribir así. Mis felicitaciones :)
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