La bestia hedía, razón por la cual pude advertir que estaba cerca. Busqué un hueco en esa caverna donde poder esconderme y pensar. Yo también hedía, apestaba a miedo y sudor, mi respiración agitada y entrecortada debía poder escucharse por ella, cuyos sentidos eran agudos, al menos el oído y el olfato... el odio también era agudo, pero no era un sentido. Al menos no uno de los cinco.
Encontré un lugar donde esconderme e intentar recordar cómo había llegado hasta allí, como me había convertido en presa, su presa. Recordé algo de un mapa y un tesoro al que llamaban la fórmula de la felicidad eterna pero no fue por eso que emprendí el camino, hubo otra motivación y yo no la recordaba. Busqué en mi morral más indicios de lo que vivía. Encontré el mapa que recordaba y una brújula que no funcionaba. Había también un arco y una flecha que yo no sabía utilizar, unas piedras calizas que no decían nada y unas frutas golpeadas que podían ser víveres o algo que me llamó la atención en el camino. Me di cuenta que si tenía que hacer algo tenía que hacerlo rápido porque sentí el hedor llegar más fuerte.
Volví a meter las cosas en el morral. Todas menos la flecha y el arco, en ese orden. Sabía que había solo una salida y la bestia la cuidaba celosamente... atravesé el corredor, arco y flecha en mano, calculando cada paso, haciendo blanco con la mirada puesta en el largo de la punzante punta. Así avancé metro por metro, respirando cada vez más torpemente, sudando y gimiendo, caminé hasta dar con la bestia. Esta al verme pareció temer, su rostro ya no transmitía furia sino que clamaba piedad. Sus ojos temblorosos, enjugados y tibios miraban directo a los míos, enrojecidos, endemoniados y tan agudos como la flecha que tensaba en el arco en mis manos.
La miré una última vez y me decidí a terminar todo de una vez y fue cuando algo dentro mío sintió lástima por ella que dañaba sin entender, sin comprender la magnitud del daño.
Vacilé, saqué la mirada de la flecha, bajé el arco, subí la cabeza, volví a mirar a la bestia...
No tuve tiempo de volver atrás, la bestia ya había sacado afuera sus garras y saltado sobre mi.
Lo último que vi fue mi reflejo en sus ojos rojos...